Instaurado ha quedado desde poco ha, con todas las de la ley, por lo que a su papeleo se refiere, el invierno. No en cuanto a sus rigores, pues dormitando se hallan estos aún, y con escasas ganas de espabilar. Y ni siquiera a ese viento de esta mañana, que, como otras veces, gusta de aullar pero que amaga más que pega, se le puede calificar de invernal. Se diría, además, que más que incomodarnos
azuzando malestares y trastornos en la mente y cuerpo de los que andamos por aquí, lo que pretende ahora es darle el postrero empujón a las hojas moribundas, echándolas una mano en su postrera despedida de la que fue su casa, los árboles. Después, para que no nos quede duda alguna de su bien hacer y laboriosidad, este viento mañanero, montaraz, militar, las arrincona contra muros, fachadas de viviendas, rincones de aceras y parterres de jardines, ordenándolas y poniéndolas firmes, o las obliga a desfilar, ni dejándolas descansar en su agonía a las pobres mías.
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