No hay menos vida en la mañana que en cualquier otro día, aunque la impresión, con un frío que comienza a imponer su invernal reinado, es que le faltara algo; puede que el bullicio de las calles, desmayadas a estas horas, en las que se echan de ver a los grupos de turistas, su amalgama de voces, de lenguas o sus abigarradas vestimentas, denotando en muchos casos su procedencia septentrional. Se quiera o no, es diciembre, un mes que invita con toda su antigua prosapia de hielos, nieves y crudeza, a espaciar salidas que puedan afectar a nuestra salud, a la de los humanos en general, tan frágil y tan en peligro siempre. Hay que ahorrar energías y no dilapidarlas en viajes y escatimar gastos, porque, paradójicamente, a final del mes, las fiestas y celebraciones que lo atosigan, obliga a ello. Ahorrar para acometer el despilfarro que en esos días no espera, un contrasentido, y más viendo como una parte de nuestro mundo se muere de hambre.
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