Sobra vida en las calles, plenas de luz y de risas no ahogadas. Y ostensiblemente falta aquí, en este dédalo de pasillos angostos, de murmullos sin estridencias, puertas colmadas de avisos, nombres de facultativos y horarios, que pocas veces se cumplen, de circunstanciales camillas y camilleros, de carritos de inválidos o de mermados de razón. Una muestra más, se diría, del anverso y reverso que es la vida, de lo que este mundo nos ofrece, unas veces relativa calma y sosiego; otras, inquietud y penas. Una muralla, a veces definitiva: a un lado la salud, la despreocupación, las ganas de hacer cosas, la diversión si se quiere, de no pensar en nada que no sea el quehacer acostumbrado, la rutina sin nubes cotidiana; al dorso, al lado opuesto, llanto apenas contenido, rostros surcados por una inquietud que no acaba de irse; y la esperanza, tras interminable espera, cuando te avisen, de un dictamen no demasiado cruel, en el que flote todavía una pizca de esperanza, de luz de la que sobra fuera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario