Rememorar al pasado no es, desde luego, vivir de él, sería insensatez; pero sí tenerlo en cuenta por lo que puede significar como semilla feraz en el desarrollo de nuestro devenir actual. Ciudad turística somos por antonomasia, y mucho pusieron de su parte en pasados siglos los esforzados visitantes que llegaron atraídos por el mágico efluvio que desprendía ese conjunto ideal arrebujado en una comarca de ensueño; medio centenar de pueblos ancestrales unidos por carácter, medio, forma de subsistencia y de entender el mundo. Aun sin pretenderlo, se constituyó nuestra serrana tierra en alimento literario a cientos de extranjeros que escribieron hermosas páginas con una devoción y un entusiasmo pocas veces visto.
Que ahora, con deliciosos textos, con imperecederas frases, se haya querido rendir un emotivo homenaje al pasado y al presente, reflejadas en fogosas cerámicas, en ese retablo instalado en Santo Domingo, es algo que debíamos, para corresponder, a quien nos alabó y nos va a seguir loando, con voz o con pluma, y un acierto de las personas con la fundamental de la concejalía de turismo, que contribuyeron
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