Se le acaba el tiempo a este mayo de contrastes, de insufribles fríos y calores. Como a todos, algo de ese contagio de andar un poco a la deriva le acoge. Hay que recordar que durante siglos, estos del mes en que estamos, fueron los días de la famosa y real feria, que atrajo a gente de media España y a algunos más de allende la patria. Por ella, siendo emperatriz de los franceses, se paseaba a caballo con su séquito Eugenia de Montijo, condesa de Teba, lo que ya da una buena idea de la categoría que la festiva celebración tuvo en su época.
Para cumplir con su recuerdo y no sepultarlo del todo, anduvimos el domingo por la que del ganado todavía tiene hoy lugar. Alguna escena de las que contemplamos, algún bastón de gruesa madera, algún sombrero gitano, nos llegó a recordar a la que con mucha dignidad, transacciones y animación se celebraba años atrás. Lo mejor para los que amamos a los animales con verdadera devoción, ver otra vez, como si el tiempo no hubiera pasado, a burros, toros y caballos de raza, en un ambiente rural, reunidos sin hostigamientos y no como carne de consumo, en el caso de los jamelgos, o martirizados bajo pretextos de arte, en el de los astados, que nunca puede haber arte donde existe crueldad.
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