domingo, 19 de mayo de 2013

TRENES DE AYER Y DE HOY: EL DE NUESTRA CIUDAD A ALGECIRAS.




     Pocos gozos tan milagrosos conocieron nuestra niñez como los que proporcionaban los trenes movidos por  vapor a su paso por las estaciones. El elemento mágico era por excelencia el humo, capaz de transformar en unos instantes eternos un sencillo escenario de inertes railes, fugitivos soles y torrentes de rumores en una silente isla encantada en la que nada era lo que era, sino mimbres de sueños  atrapándonos para dejarnos sin aliento.
       De ese embrujado escenario, se era igual de partícipe tanto si se era absorto espectador desde los andenes como si agraciado pasajero en las ventanillas de sus vagones. De estos nada nos robó más el ánimo que nuestros primeros viajes por un recorrido en el que el tren se aupaba o descendía por las riberas, plácidas unas veces, agrestes, otras, fantásticas y rumorosas siempre, del inefable Guadiaro acudiendo a la llamada del mar.
        Que este tren, sin vapor ya sus locomotoras, y con las paradas obligadas en las limpias y sonrientes estaciones de los pueblos serranos, sirviera todavía de enlace entre ellas, y que desde él se pudieran contemplar amaneceres de ensueño alumbrando cuevas, hondas buitreras, quebradas y valles, era otro milagro que, conociendo los tiempos, sabíamos no iba a durar nada. Habituales recortes que ya a nadie engañan frustraron su sosegada marcha;  no tan voraces aquellos como las arcas de los potentados a los que, por un camino o otro, van a parar los dineros confiscados al modesto bienestar de la gente sencilla.

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