Con la misma intensidad y afán de protagonismo con que nos azotaron las lluvias, no ha tanto para que se nos haya ido su memoria, se ha desmelenado mayo en un santiamén, para agobiarnos con calores y exudaciones impropios del tiempo que estamos. Diríamos que, aprovechando lo bueno de la transición, los actuales y esplendorosos rayos de Febo, el dios sol, ya que sufrimos a la lluvia en su peor cara, su tozudez y pertinacia, habría que gozar de lo que aquella nos vertió a raudales, verdor, renacimiento y manantiales desparramando a miríadas su cristalina riqueza.
Y si nunca faltó el agua allí, imaginamos desde nuestro encierro domestico, cómo andarán de enternecidas las tierras del paraíso que es Benamahoma, junto a las alturas ubriqueñas, con sus cien hontanares rebosantes de frescor y rumores, con su nunca perdido sueño de miles de cántaros esperando llenar sus entrañas de ese elemento tan imprescindible para la vida de todos los seres. Esperemos que la añoranza de la tierra de algún nativo expatriado, que cantan los versos de la cerámica instalada en el nacimiento del río, no llegue, con la recesión, a un flujo permanente que deje a ese edén, como a tantos otros de la Serranía, sin habitantes, que a lo más que aspiran es a volver al pueblo sólo unos días para las fiestas o las navidades.
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