Invasiones nos acompañan este fin de semana, que, no por esperadas, dejan de ser toda una delicia. No acostumbrados a tanto despliegue de alegre bullicio, de alborozada y contagiosa alegría, en la que triunfa el gozo de la vida y el afán de patear el mundo, con el pie como protagonista, pisándolo o imprimiendo fuerza a los pedales de la bicicleta, por una vez ésta con el camino despejado de su principal enemigo el coche, hoy y ayer la ciudad parecía ser otra. Bares sin asientos libres, y las calles como en fiesta; por doquier colorido y gente de media España que, sobre todo, ha venido a pasárselo a lo grande, sin borracheras ni trifulcas que suelen ser acólitos de éstas.
En el alma nos alegramos
del que el proyecto que nació más como recuperación del buen nombre de un Cuerpo, con muchas dudas sobre sus actuaciones de otros tiempos, concluyera en esto: en proyección continua, pues son cosas de la que los participantes y familiares hablan a lo largo del año, impagable difusión de nuestras tierras serranas y de sus soberbios parajes. Y lo mejor es que durante unas horas, que ya es mucho decir, los de fuera y los de dentro, nos olvidamos de hablar de lo de siempre: de políticos, corrupciones y carencia de muchas cosas, que antes no eran propias.
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