Hay calles en esta ciudad que por pequeñas y escuetas que sean bien merecen un respeto, porque a raudales se desangran sin remedio ni explicación. Su mala ventura, o la mala maña, o atenciones de los que en nada de tiempo la pusieron en este estado, bien merece una reprimenda. No hay palabras para pregonar la nefasta praxis de los chapuceros cirujanos que, con tales artes, fingieron curar sus heridas, que vuelven a sangrar por cada poro, con sus coágulos al aire, aunque sus buenos dineros costó.
Alguien engaña, a no dudar: o el doctor que dijo poner remedio, sin ponerlo; o el contratista que usó de infames cataplasmas, que no restañan, o el que medió en llamarlos. En alguna parte debe estar la causa de tan pronto derrame, que fue quien dice ayer cuando la curamos. Un lamento nos sale de dentro, porque de nuestras esquilmadas alforjas, de la de de todos y son tiempos de penuria, saldrán de nuevo los duros para la cura, si es que llega.
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