Si algo tiene de malhadado este calor soberano, porque su reinado es absoluto, es que somete a nuestro nocturno sueño a una remota posibilidad de realizarse. Y cuando falta el reparador descanso, surge el desequilibrio entre mente y cuerpo y a tropel acuden los nervios a hacer presa en uno, hurgando afanosamente para amargarte esas horas.
Curiosamente, durante el día, como ocurrió ayer, hasta el sol pugna por exonerarse de culpa de la fogosa atmósfera, sin dejarse ver, oculto el muy ladino tras unos cielos brumosos que despiden puro fuego, como si dijera: "¡eh, que yo no tengo nada que ver con esto!". Es todo, más bien, un artificio de viejo enredador que no cuela, ya que, aunque no lo vemos, lo imaginamos gozando como un loco sin dejar de disparar toda su artillería de encendidos rayos, que para eso es verano y él, sin discusión alguna, es el que manda y dispone.
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