Aunque con cierto retraso que a nadie daña, damos hoy la bienvenida al nuevo mes, junio, con ese origen oscuro que se pierde entre humanos homenajes a diosas mitológicas y a emperadores romanos de sonoro nomenclator. Puede que no sea otro el destino de los dioses que a lo largo de nuestra vida adoramos: la de terminar en un difuso recuerdo atado a ciertas efemérides del calendario que con el apresurado caminar de los años, nada, ni a los más sabios, dicen.
Con la huida del levante de pasados días, igualmente emprendieron su marcha esos pequeños grupos de grajos que siempre acuden a la llamada de los vientos. Son más visibles y acrobáticos sus vuelos en el Tajo, donde se dejan mecer con un gusto que muestran sus graznidos, ásperos como las mismas rocas, donde, de vez en cuando, se toman un respiro, ellos y los aires desatados.
Eran miles los que en otras épocas simpatizaban con los días malhumorados y ventosos, y una delicia sentarse en los balcones para contemplar sus juegos e imprevisibles devaneos. Vivían permanentemente en los escondrijos de nuestro abismo. Los pocos que hoy nos quedan, seguramente evitan otros peligros del moderno progreso, refugiándose en pueblos y montañas serranas, donde algo más de seguridad y alimentos encuentran, aunque quizás, con más frecuencia de la que sería de desear, también, el letal veneno, que nunca se sabe.
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