Está calma a esta hora la mañana, que ya se ha desperezado un poco, sin muchas ganas de encarar la jornada, y eso se nota en el color de las sierras, de un rosa tan suave que casi las diluye, y en una luz que es difusa y no daña la vista, incipiente, y en una brisa que no es nada, porque apenas mueve nada.
Quién lo diría, pero ya estamos con toda la oficialidad del mundo instalados en el comienzo de un verano, que sin mirar al protocolo del calendario, anda por aquí desde hace semanas dando guerra. Habrá que aprovechar esa posición del sol y de que el día y la noche son los más largos del año para hacer más cosas hoy; tal vez, inconscientemente, es lo que hemos hecho, madrugar algo más para casi amanecer con esta fechas de solsticios, día más día menos, y romper la monotonía de las manías cotidianas, las que nos comen el tiempo para al fin de cuenta, no hacer nada nuevo.
Nuestro canto al sol, al menos, hoy, que nos da vida y calor sin engaños ni pedirnos nada a cambio. Un canto sin hogueras, ni espectadores, ni protestas cuando nos aturda con sus ardores, por mucho que nos moleste, porque pedir otra cosa sería trastocar un orden eterno.
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