Por
el lado del valle, por donde el Guadaleví celebra su recobrado sosiego con
risueño caminar, no mancilla la pureza legendaria del paisaje un puñado de
casitas, esparcidas como a capricho, que miden la geometría de heredades y
labrantíos; menos aún, el asentamiento más racional de una docena de alados
molinos, -molino más molino menos-, que se enredan entre las rocas aledañas al
Puente, mirando desde el pretil, en su
margen izquierda, sirviéndose de la
fortaleza de las breñas para delimitar sus muros. O bien, bajan al mismo pie
del río para más desahogadamente tomar provecho de sus aguas y del ímpetu de éstas
antes de que desfallezcan.
El origen
antañón de los molinos, de estar allí antes que cualquier construcción de su
entorno, incluida la del Puente, se manifiesta pese al deterioro de la mayoría de
ellos en un aire de altivez antiguo, empero no olvidado, de prósperos tiempos,
no tan lejanos tampoco, cuando en ellos, con el beneplácito tácito del río, el
dorado grano de trigo venía a parar, tras laboriosa molida, en escurridiza
harina, y más tarde después de su paso por familiares hornos de la población en
blanco pan. Manuel de Falla lo encontró
tan sabrosa una hogaza un día, cuando paseaba por las limpias calles de nuestra población, que no pudo menos que darle eterna fama sonora
a un “pan de Ronda que sabía a verdad”.
Mucho de esa
verdad provenía de los molinos del Tajo
y de sus esforzados moradores, que, igualmente, una aciaga noche del verano de
1917, pagaron un tributo con muertes de familias al completo, a su perenne desafío a temibles honduras y
rocas.
Casi un siglo
ha transcurrido de la tragedia cuando se escriben estas líneas. Por su
conservación en pleno, en un escenario en que sin ellos faltaría algo esencial,
no sólo abogan víctimas de un pasado, sino la memoria de una rústica industria
de sonidos de aguas turbulentas, luego domeñadas; de pesadas ruedas y férreos engranajes
triturando granos de doradas mieses; de
arrieros y reatas de mulas sobrellevando la carga de la harina por sinuosas
cuestas como si del más plácido llano se tratara. El pan conseguido de esa
manera, desde luego debía saber a cosa bien hecha, a verdad.
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