Este otoño desconocido y dormilón, entre brumas, vaharadas de aire cálido y paso de nubes volanderas, no parece haber caído en la cuenta de que el padre invierno y toda su cohorte anda ya dando aldabonazos en las etéreas puertas del tiempo para que le dejen asomarse, puesto que son contados los días que le faltan para hacer su cantada entrada.
A nosotros, e imaginamos que a muchos de los que habitamos por estos lares, ese buen tiempo, casi primaveral, que es malo para otras cosas, nos tiene comida un poco la moral y, lo que es casi peor, el sueño nocturno. Ahí andábamos esta madrugada, mucho antes de que cantaran los gallos, (es un decir porque escasos se oyen; ni siquiera en el campo hoy en día) sin que ningún mal diagnosticable nos ocurriera, quebrando el silencio de la casa y el de nuestra gata siamesa, desconfiada por naturaleza, que no acostumbrada a tener visitas en esas sagradas horas, nos miraba con ojos parlanchines, como inquiriéndose: "¡A qué puñetas vendrá este pesado!". Casi pidiéndole disculpas, me he sentado sin rechistar, acudiendo a los amigos de siempre, a los libros; tanto para invocar al perdido sueño, como para aprovechar el tiempo si no viniera.
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