Marcos es nuestro otro nieto, no mayor de año y medio, y a su edad un verdadero ciclón que parece concentrar en su diminuta anatomía toda la energía del universo. Algo tan simple con otros críos, como es sacarle una foto, adquiere si de él se trata caracteres de odisea. Andar ya es algo olvidado en su programa de actividades. Lo que para él cuenta es correr, pero no de forma calmada, dentro de lo que aquélla tiene de agitación y de movimiento apresurado, sino avasalladora, desenfrenadamente; sin dejar al mismo tiempo de visualaizar y tocar todo cuanto va surgiendo a su paso. Un torbellino, una exhalación vista y no vista. Con una destreza que para sus pocos meses deja boquiabierto. Deshace complicados paquetes de su envoltorio, desprende de los plásticos a pajas que después, sin aparente esfuerzo, coloca en su boquete hasta introducirlas en el contenedor del zumo.
Ante el bombardeo de palabras inglesas de su padre, irlandés,y españolas, de su madre, se ha inventado un idioma propio, en el que se encuentra tan a gusto, que sin importarle un ardite lo que le dicen sus progenitores,charla y parlamenta sin parar, sin que nadie acierte a descifrar ni una palabra de lo que cuenta, que debe ser algo importante, puede que hasta trascendente.
Este rubio pequeñín, de ojos verdes y sonrisa picaresca, tras su marcha a las brumas e hielos londinenses, (¡quién los pillara!), nos ha dejado roto, encogido, hecho un asco, el corazón: el de su abuela y el mío.
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