La nuestra es una ciudad de rumores, y no me refiero a los que genera nuestro abismal Tajo, que son variados y de otro caracter, sino a los que abundamente circulan de boca en boca, de calle en calle, de conocido en conocido. No creo que sean exclusivos de Ronda porque formen parte de nuestra idiosincracia;más bien por ser ciudad pequeña, con límites apropiados para que esta circulación oral de que hablamos la recorra de cabo a rabo, y aun vuelva a su fuente original aumentada y reforzada. Seguramente, este sector de la población que le da cabida, se encuentre a sus anchas propalando acontecimientos y sucesos, que a veces mueren tras un tiempo de febril actividad, confirmando su caracter de infundio.
Sin embargo, cuando el rumor lo recoge la prensa, la nacional, menos sujeta que la local a las presiones de los que mandan y manejan el área, aquél no sólo recibe el sello de autenticidad moral, de ser algo màs que el innoble juego de un creador de patrañas, pero tambièn su instantánea ascensiòn al grado de noticia, con un alcance antes impensable.
En este paisaje de prensas y rumores que quieren ser algo más, explotó ante nuestros ojos el artículo de Rafael Porras, un domingo del pasado noviembre, en una de las secciones regionales de El Mundo. En resumen, se venía a asegurar que cierto ayuntamiento de la provincia malacitana, al igual que ocurrió con el de Marbella, bebía con fruición en las aguas cenagosas de la corrupción más honda: cohecho (soborno), prevaricación (injusticias manifiestas), tráfico de influencias, y todo eso. En ningún párrafo se daba el nombre del municipio; pero era vox populi por denuncias de sus habitantes, que se refería a Ronda. Toda la trama, según el columnista, estaba a punto de salir a la luz.
Al día de hoy, nada sabemos, aunque me gustaría añadir en nombre propio, que si hay algo de certeza en ello, todos nos alegraríamos de que sobre el culpable, o culpables, cayera con su mayor fuerza la justicia. Como en otros casos,no habría palabras para calificar la villanía de quienes, principalmente, se apropian por medios ilícitos de un dinero que pertenece al pueblo, cuando parte de éste se muere hoy de hambre o pasa graves dificultades, y cuando las retribuciones que reciben los usurpadores por su trabajo oficial dictan mucho de ser pequeñas.
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