MI CALLE
Adscritas
a las ciudades en las que se hallan, no solo son las calles arterias y latidos
de un corazón común, sino además refugios de los hogares en los que vivimos, un
hogar de múltiples hogares, diríamos. A veces, por fas o por nefas, se presentan ocasiones en que gusta hablar de ellas. A
todos, entiendo nos pasa. Contar un poco, incluso, cuando se puede, la historia
de su nacimiento. Seguro que todas la tienen, y singular, aunque muchas por si
antigüedad es complicado indagar en su creación, al no quedar vestigios. En el
caso de la mía, me permito decir que asistí a sus balbuceos como calle en
embrión, y que, bueno o malo, al ser más viejo que ella, me arrogo el papel de
cronista para trazar unas someras líneas sobre ese incipiente andar.
El sitio donde mi
padre vino a construir una casa, -pagar para que se la construyeran, quiero
decir-, allá por los años cuarenta y tanto, era un lugar denominado, y muy
apropiadamente, Los Espinillos,
desértico y de rocas, y estas por doquier con pequeños fósiles, ancestral
recuerdo de primitivas edades de cuando todo era mar por aquí. En realidad ese
erial de matojos y piedras, se extendía por un extenso paraje partía de
terrenos del actual ambulatorio y de la espalda de la avenida Martínez Astein hasta
perderse y continuar, prácticamente, más allá del suelo de la actual
circunvalación.
Ronda era entonces mucho más íntima, más familiar, más
pueblerina, si se prefiere, casi todos nos conocíamos, y de cara al exterior
más conocida de extranjeros que de los propios españoles. Dentro de esa zona
despoblada de vivienda, y de vehículos en el conjunto de la ciudad, la
carretera de Málaga, en los días apacibles, por esa circunstancia, no por los arcenes sino
ocupando la calzada, era un reguero interminable de gente que con frecuencia
llegaban hasta dominios del Puente de la Ventilla o de la llamada Venta del
Abogado.
Retomando el tema de las calles, en la que vivo, la que vi
nacer, es la llamada del Escudero Marcos de Obregón. En memoria, claro, de la
famosa obra de nuestro Espinel, de la que, precisamente, el pasado año se
celebrara el V centenario de su creación, no con la magnitud y festejos que
merecía, y los logrados por dejarse la piel nuestro amigo Isidro García Sigüenza.
Y aunque nada debió frecuentar Espinel estos terrenos, sin ningún monumento de
importancia a su insigne figura, y pasada a mayor gloria a favor de la de la
Bola, la titulación oficial de esta, no está mal, fuera de quien fuera la idea,
que lo ignoro, que algo de él suene en boca nuestra, aunque sea utilizando como
instrumento la denominación de una calle,
Ya dije que la primera vivienda que tuvo la calle, que
lejos estaba entonces de serlo, fue la de mi familia. que también sembró mi padre. Posteriormente se
fueron añadiendo viviendas, a ritmo lento, que no daba para otra cosa la época,
en ninguno de sus aspectos. Por los años primeros de la década de los
cincuenta, sí se le podía dar tal denominación, poblada a ambos lados por un
conjunto de pequeños chalets, muy andaluces, y de árboles., ornando sus
puertas.
De aquella calle y de aquella atmósfera tranquila, desde
luego, poco queda. Y si en la cercana de Martínez Astein, sus dueños, o las
prohibiciones, ha permitido que mantenga su antiguo aire, con sensatos cambios,
en la que, como entonces, vivo, cada uno, el dueño o su arquitecto, las han
levantado a la buena de Dios, o siguiendo un arbitrio urbanístico que en la
mayoría de los casos, no era el más indicado.
Hoy es más que nada, la calle, un gigantesco aparcamiento,
y es de ver, cómo cada vez más temprano, como no se quiere prescindir de los vehículos,
antes de la salida del sol, muchos lleguen, para que su coche tenga donde
quedar estacionado; la afean aún más, horrorosos postes de los que llevan la
luz, o lo que quiera que sea, y que ahí se quedan, no sé cuántos se han
apoderado de parte de las aceras. De estas, en la de mi puerta, un enorme
socavón, amenaza si no lo ha hecho a que más de un viandante se deje parte de
su anatomía en él. Dos llamadas mías al ayuntamiento, departamento de obras,
para dar cuenta del enorme boquete, en los dos últimos meses, muy a la moda, uno
tras otro, hasta tres empleados diferentes escurrían el bulto, diciéndome que
no era asunto suyo, pero que pasaban nota a la persona a quien correspondía.
Buscando donde posarse debe andar la tal nota, en interminable vuelo. En el tramo de acera siguiente, con esa
pretensión de meter los vehículos hasta el mismo interior de los locales, hoy ocupada por diferentes comercios, que dada
su oferta, nos lo necesitan, su superficie solo muestra desniveles, badenes y
pendientes muy propias para unas pruebas de habilidad, pero no para
transitarla.
En otra dirección, la que lleva a la carretera de Málaga, en
la misma de Marcos de Obregón se encuentra instalado el mercado de abastos.
Aunque se prolongue luego, ya en toda su extensión, ocupando otra vía distinta,
la de Jaén, nos gustaría, dada su proximidad y la noticia de, muy pronto, una
llamada digitalización de su interior, “y su actuación en varias líneas”, -según
leo-, que una de ellas se destinará a paliar el lamentable estado que presenta
lo que una vez fue asfalto y hoy no son más que hoyos y suciedad al pie de la puerta de salida; más que nada,
porque se trata de una acera a la que es necesario acudir, si se baja hacia
Martínez Astein, para no ser atropellado en la calzada. Con tantas
instituciones, provinciales y locales, implicada en esa reforma virtual, creo
que no sería mucho pedir una pizca de algo más material.
RONDA SEMANAL
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