VIAJEROS DE OTROS
TIEMPOS
A
tenor de un otoño que penetra con cierta morosidad y su abigarrada cohorte de
elementos en los que manda, disminuye esa legión de visitantes foráneos, un
torrente en el que los orientales constituyen el mayor flujo. En este aspecto
cabría preguntarse, si un turismo que, entendemos, deja más basura que beneficios,
que solo mira y nada compra, no habría que buscarle otro enfoque para que algo
más quedara en las arcas de la ciudad.
Sin querer inmiscuirnos en temas que
en su desarrollo incumbe a otros, sí que nos gustaría, por el contraste que
supone, adentrarnos en tiempos pretéritos, en siglos que ya son historias, para
detenernos en visitantes de otros tiempos. No solo los libros que con su
experiencia del viaje redactaron, sino también los periódicos extranjeros con
textos abundantes y prolijos, nos permiten conocer el cuidado especial, la
libertad y la manera como los antiguos extranjeros entendían el viaje hasta
hacer de él una experiencia casi mística, una catarsis.
Al que nos referimos, con el nombre
de El corazón de la Sierra, se publicó en abril de 1872, en el diario
inglés The Star, de Guernsey, e
ilustraciones del mismo viajero, al que de entrada nos dice que hay tanto que
ver en el mundo, que casi muere con la pena de no ver cumplido uno de sus
sueños: perderse por tierras rondeñas, algo que ahora, con 43 años, realiza. Se
felicita, porque la mudanza de los tiempos y la llegada del ferrocarril, el de
la línea Málaga-Cordoba, unos años antes, y su parada en Gobantes, haga
bastante más cómoda la llegada a Ronda, por esta parte, admitiendo vehículos de
ruedas, que hasta ella llevan.
Es un trayecto, sin embargo, que
para cubrirlo, saliendo de Málaga, muy de mañana, a las 7, se emplea unas once
horas, para alcanzar Ronda, sobre las 6 de la tarde. Y eso que la diligencia
vuela más que marcha, cambiando de mulas en varias ocasiones, y con un ayudante
al lado del conductor, que provisto de una especie de garrote de gran longitud,
se encarga de ir despejando el camino de objetos que lo lastran. Muchos olivos,
y pocas viviendas, a no ser las diminutas de los peones camineros y pueblos que
como Campillos o Teba, apenas dejan ver el raudo bamboleo del vehículo.
Se aloja en el hotel Rondeño, “un
verdadero palacio con algunas de sus habitaciones usadas como casino” y que con
fervor recomienda. Pero puesto a probarlo todo, también se hospeda en la Posada
de las Ánimas. Lugar misterioso, con algo de templo primitivo y las ánimas
revoleteando en espera de su redención. Piedras afiladas como las de la calle
en sus dependencias. Y como en tan extraño lugar todo es posible, a un burro
que ha perdido a su madre han prohijado los dueños, e, igualmente como amo de
la casa anda el animal, metiendo los hocicos a su libre albedrío donde le place,
en ollas, calderos y en los mismos manteles de los huéspedes, arrieros los más.
Un letrero, bien a la vista, en la puerta, da cuenta de que la posada fue
abierta en 1687. Encima una pintura de la Virgen, rescata “pequeñas cosas
rojas, como salamandras, mientras extiende sus brazos desnudos por entre las
llamas, hacia ellas”.
Lapidaria, pero muy expresiva, es la
frase que emplea el desconocido viajero para referirse a nuestra ciudad: “Es
imposible describir cómo es y no sencillo decir lo que es”. Para darse una
ligera idea de ella, hay que recurrir no a una sola ciudad, sino a varias renombradas,
símbolos de belleza natural y arquitectónica, Orvieto y Tivoli o Terni, entre ellas. Ante la rumorosa majestad,
profundidad y solemnidad del Tajo, y el agua cayendo en impolutas cataratas por
el Puente, o de arroyos que se cuelan por las múltiples hendiduras “para
arremeter contra el río”, se queda sin palabras.
Su primera mirada a la Alameda, es
de desolación, porque unos bárbaros, “los de la corporación”, dice, han
derribado unos “soberbios” árboles centenarios, que yacen abatidos en el suelo.
Soslayada queda esa escena por la imponente visión que se le ofrece desde los
balcones que, a punto de despeñarse, brincan ante un horizonte sin límites. Un
panorama, que, para buscar alguna similitud, podría hablarse del que se
contempla subiendo a lo más empinado de las catedrales construidas por el genio
de Berni. Un panorama de montaña, tan impresionante como el suizo de Oberland,
pero distinto, con multiformes sierras, en las que se aprietan dulces cañadas,
verdes colinas, huertas y doradas cosechas en agraz.
Una ciudad bendecida por una
naturaleza tan sublime, escribe, tiene numerosos rincones dignos de una visita,
pero él se queda con lo que no admite comparación con nada, aunque, para dar a
comprender algo, se las busque: el abismo, el indescriptible paisaje desde la
Alameda.
También recuerda, que es Ronda una
ciudad silenciosa, de rumores. Mucho de eso desaparece en Mayo, en su feria,
cuando son multitudes las que acuden, de aquí y allá, de Andalucía y de más
arriba, de toda España en realidad.
Para más constancia de su estancia,
inserta en el texto algunos dibujos, varios, media docena, una pequeña galería
de tipos y escenarios, a los que pertenecen los dos que hemos escogidos.
RONDA SEMANAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario