No canta el día, que no es de los mas luminosos, un tanto apagado y gris, no obstante estar algo avanzado porque las amanecidas son ahora muy madrugadoras y tempraneras, retando en su propio hogar a las sombras, a las que sin ninguna consideración persigue y ahuyenta.
Madruga uno también, que lo tiene por costumbre, casi pisándole los talones al día, al que siempre se le saluda con manifiesto respeto e incontenible alegría, tanto por estar vivos una jornada más como porque sin él, sin ese espacio por el que transitamos y trajinamos, mezquina sería nuestra existencia, que necesitada está de algo a lo que prenderse, de sueños, por muy fantásticos y utópicos que sean, para que el hecho de estar vivo no sea una paradoja, que el vivir sea algo consistente y no una inercia cargada de vacío, de huera soledad.
Con la familia venida de fuera, aún en cama, comprensible porque son jóvenes y se acuestan tarde, la alborada, que ya casi no lo es, nos sorprende como debía sorprender a la gente del medievo, y es que Isidro García Sigüenza, ese prohombre que las tierras burgalesas, sin necesidad de reyes ni de reconquistas, ni de llantos, ni de cañones ni expulsiones, nos mandó para acá, empeñado anda el hombre en hacernos entender que aquí nació una de las glorias de las letras hispanas, que maldito sea el caso que le hacemos a su nombradía ,y a la de una de las obras más sugerente de toda la literatura clásica hispana, su Marcos de Obregón. De mínimo acólito, le sirve uno en algunos momentos, que ya que le gustaría ampliar esta pequeña ayuda a una actividad, la suya, feroz, agotadora, de divulgador de cultura o, a ratos, de arriero tragaleguas, que ya desde aquí Salamanca, pocas tierras quedan no holladas por él en compañía de su burra, que le entiende como si progenie suya y no asno fuera.
Decía que la alborada nos sorprendió, pues el incansable Isidro, en ropas de Espinel, a mi puerta se presenta, con dos o tres docenas de colegiales, a los que sacados de sus obligaciones escolares, ha puesto a cantar, coplas de su ingenio en alabanza del vate rondeño; coplas que muy bien pudo cantar y componer el mismo Espinel, que para ello era poeta y músico, y que sin desdoro de época ni momento, suenan a puro cielo en las gargantas infantiles, a las que con igual entusiasmo y destreza acompañan los instrumentos de dos maestras, a las que este inefable burgalés ha contagiado de su insaciable sed de divulgar,
,porque enseñando también aprende él, que no mucho le queda por aprender.
Y uno que no sabe cómo agradecer este gozoso encuentro con la alborada, con los escolares, con las solícitas maestras y con ese burgalés de pro, pura vida, solo se le ocurre, para malamente corresponder, este aluvión de renglones, que no sé si a alguien interesará.
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