Birlados, como han hecho los cielos este año con los dulzores de la primavera, uno, en vano e infantil desquite, se suma a esa quietud que llena de diminutos recortes de rumores esta mañana. Avanzan las horas y a su fogoso ritmo, sin distorsión alguna, apaña su renacer por doquier una tierra que en este recatado rincón a un sin fin de florales promesas se abre; en un sin sentir que, a grandes ratos sí que lo es, porque una invasión de inclasificables verdes con sus incontables matices, brillos y donosuras es el dueño y señor de una arboleda de redondeadas y prietas copas, hongos cabezones abiertos a cuanta luz asume este día de un mayo, que solo pretende serlo, con un equilibrio de soles y sombras en las que cada parte asume su definido rol, porque el sol calienta y la sombra algo enfría esos ardores; como ha de ser para que, igualmente, nuestro particular equilibrio se sienta en calma y con ganas de ver, de caminar y, con toda la ilusión del mundo, modesta y huidiza mota, de querer formar parte de ese todo en que la vida, la eterna, la que nunca ha de morir, se mueve hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario