Aseveran meteorólogos y certeros satélites espaciales, modernos adivinos sin bolas mágicas, que se agotan esos días de jazmines y azúcares, de rosados caquis y algarrobas, las que en pretéritos años, con collejas y espárragos mitigaban las hambre feroces; de falaz primavera, porque no era su reinado el que debía gobernarnos, sino un donoso empréstito estacional destinado a poco durar, y, más que nada, regalo sin precio para turistas alborozados porque los impredecibles cielos no osaban entorpecer el ritmo de sus pasos por nuestras milenarias y montaraces tierras, por muy coartados que estos se hallen por agencias y guías. Lo peor de toda esta mudanza, de todo ese acerado frío que nos espera a la vuelta de la esquina, es que las endesas, iberdrolas y similares, que a todo lo largo del año sin piedad nos hieren, ahora nos matarán, asestándonos en pleno corazón de nuestra contabilidad doméstica la cruel daga de sus desorbitados recibos.
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