Se desmelena el otoño con imprevisibles cabriolas, en un desperezo, no fallido del todo, por asentar sus reales. Rezuman abundancia sus alforjas, tan repletas y pródigas que jamás se ven vacías. Envió su cálido aliento de otros días a secretos confines y como manadas de lobos hambrientos, llegaron sin avisar del adusto norte, cuchillos de acero toledano, a amargarnos nuestra preciada primavera, de las que unos se quejaban y otros gozábamos. A los armarios, largamente ignorados acudimos para oponer alguna resistencia a tan gélida afrenta del tiempo. Lo bueno es que aún el sol luce como meridional pócima, y despropósito de necios es seguir la senda de la sombra, por donde es invierno ya, y no la de la solana, donde es casi primavera.
Más desigual y desesperanzada es la lid en el hogar, con la incertidumbre de si encender o no ingenios que dan calor, pero que despanzurran sonoramente nuestros ahorros. Acudir al socorrido brasero, no al entrañable y laborioso de cisco de antaño, que eso son ya antiguallas que solo a las pobres gentes, las que todavía mueren atufadas por no tener otra cosa, sirven, sino al pulcro, mas también oneroso de estos modernos tiempos: es la mediana solución, aunque algún helor que otro nos acometa.¡Qué se le va a hacer!
No hay comentarios:
Publicar un comentario