lunes, 31 de octubre de 2016

ANTE LA MUERTE, APLICARNOS A VIVIR


       Para estar a tono con la actualidad del calendario y del santoral, un poco obligados nos vemos a mencionar la próxima celebración de los difuntos, más que nada porque a todos, a ricos y mendigos, a necios y sabios, nos tocará algún día serlos. Aplicarnos a vivir hasta entonces con intensidad es lo sensato, ya que breve es la vida y sin fecha de caducidad la muerte. Natural, pero enigmática es esta, por ignorar lo que tras su denso velo nos aguarda. Igualmente, en aquellos años inocentes de nuestra infancia, de harto misterio se impregnaban esas lamparillas bañadas de aceite, en las que, como nimios nenúfares, se sumergían diminutas y oscilantes llamaradas, de negros e incombustibles pábilos, cada una, plegarias a la imagen o lámina de santo o de virgen presentes,  para que no fueran del todo severos con la suerte de nuestros muertos, ya en el inabarcable mundo de las sombras. Nada de eso entendíamos, parados a las puertas de las habitaciones, en las que el temor nos impedía entrar, porque no más luces que las dichas eran las que, más que alumbrar,  acentuaban las tinieblas y nuestro miedo infantil.

 

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