A burdo engaño juega el mes, redomado pillastre, que nunca actúa como lo que se espera de él. De entrada nos asegura que es el diez, y así se llama, cuando doce es su lugar en el calendario. Por su aparente severidad y fortaleza, a su cargo tiene tarea tan complicada como es cerrar la puerta a todo un año, con sus miles de pequeños y grandes acontecimientos, que ahí quedan para el recuerdo, para el bueno y para el malo, o para ninguno de ellos, porque también con tanto clausurar meses y años, la memoria comienza a funcionar por su cuenta, cuando quiere y le da la real gana. Redomado mes me temo es diciembre, que quiere ser severo guardián y acaba metido en fiestas hasta los ojos, como si la vida fuera una continúa fiesta en la que a la fuerza has de participar, cuando de fiesta no tiene nada.
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