Entre solsticios anunciados, soles donde le mandan, que es más lejos de nuestro planeta que nunca, trópicos e hemisferios en danza, días que emprenden el vuelo en pos de una mayor largueza y claridades, nadie lo diría, ha llegado el invierno; el del calendario, desde luego, que a una fecha, sea cual sea lo que de los cielos se desparrama, ha de atenerse, porque lo que es a la atmósfera que nos cerca, más bien diríamos que nos hallamos en el esplendor edénico de una insólita primavera, con almendros floreciendo unos meses antes de lo que le toca; flores, que desafían en los jardines a abandonar sus pétalos, encendidos trinos de pájaros y árboles, que vista la placidez del tiempo, se hacen los desentendidos en lo que por la estación les toca, que es a mostrarse, a la gran mayoría de ellos, en absoluta desnudez. Lo bueno con este escenario es que, algo difícil en otras ocasiones, podemos dar la razón a todo el mundo: tanto a los que afirman que el invierno ha llegado, como a los que se niegan a admitirlo.
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