Con las haldas repletas de cielos grises y parsimoniosos, vientos curioseando, y días que son tan fugitivos como pasos de niños que echan a andar, rueda que rueda el mes hacia su cita con el hosco y poderosos invierno. Nadie, desde luego, lo diría: no cortan las manos afilados fríos; ni blanquean las heladas los amaneceres sin techo; ni tiritan los astros con tremores que a nosotros llegan; ni azotan turbiones furiosos la tranquilidad enquistada de horas que, enrabietadas, solo de pregonar habían que las irisadas calmas otoñales ya huyeron a todo correr y que la más cruel de las estaciones por doquier rondaba. En nada ni en nadie mandamos, y, menos, ¡pobres e ilusas criaturas!, en lo que creemos conocer y ni un ápice conocemos.
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