Ingrata lectura del terrorismo actual, es la de además de meternos a todos, cuando viajamos, el miedo más cerval en el cuerpo, -un miedo real, pavoroso, porque el peligro de las acciones de unos sanguinarios sin principios de ningún tipo, bien a la vista está-, la de, quieras o no, obligarnos a aprender y a engrosar nuestro habitual vocabulario con palabras extrañas, de complicada pronunciación y escritura, ya que del más lejano oriente proceden, ¿quién sabía hace tan solo unos años que era "yihadista"?
Como ahora, más en los viajes, para no perder el hilo de los tiempos, anda uno contando con detalles a la familia, o a los amigos, cómo y dónde se encuentra ("hemos llegado al aeropuerto", "embarcando", "sentados en el avión",) malo será que una de estas veces, por amor de un suicida más, con su chaleco explosivo anudado al pecho, hecho jirones todo bicho viviente, no nos dé tiempo a exclamar: "¡Para el otro mundo vamos!".
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