Bien te vendrá pensar, Zaide amigo, que no existen guerras santas, ni nunca las hubo, ni cruzadas que merezcan ser llamadas sacras si sus razones las defienden las armas; ni per se, pueblos y razas malvadas, ni que todos los santos están de un lado y los demonios del otro; los malvados se esconden en ambos lados, en todos los lados. Que no taponen tus sentidos, proclamas, lábaros, ni profetas, nada hay más sagrado que la vida, con la que juegan los que guisan las contiendas, y siempre vencen los mismos, porque lejos del campo bélico se hallan, nunca en ellos. Aunque fuerzas poderosas pueden llevarte a pensar, pues, que hay guerras justas y bendecidas por los dioses, y otras que no lo son, igual de crueles y penosas son todas y en ellas perecen, los que menos se lo merecen. Nunca fue un arte la guerra, porque matar sin discriminación no es un arte.
Llevada a tu terreno, que es un principio, aunque no lo creas, si la muerte de la palabra da paso al odio, más vale que huyas antes que el rencor ciego se apodere de tu alma, y prendas con tu enemigo la chispa de vuestra particular contienda.
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