Cual presunta antesala de los cierzos y universales diluvios que nos aguardan, surge la mañana inmersa en un revoltijo de macilentas luces, pardas nubes y punzantes brisas. Escapan, el azul mordido de las montañas, sus moles y rugosidades, a esa embestida imprevista de elementos nuevos que despiertan ante la llamada inicial de la estación invernal, pese a que de hecho y de nombre,
Es de ver, Zaide, cómo todas estas acometidas con desigual medida y tribulaciones cabalgan sobre nosotros y la ciudad: en nosotros, ahondando o abriendo un surco más en nuestras frágiles naturalezas; sobre la ciudad, añadiendo pátina y más pátina donde ya las había; hermoseándola, que así es la existencia, y de agradecer que, al menos, algo en toda esa mudanza perdure ennoblecida.
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