Nuestra ciudad, Zaide, a la que concedíamos el tamaño de una nuez, o así la considerábamos, ha debido crecer con imprevista desmesura, sin que esa notable floración de adolescencia la apercibiéramos. Y es que en esta mañana otoñal de sol y prieta ropa de abrigo, en repetidas ocasiones, distintas voces nos anunciaban: "¿Sabes que ha muerto Sor Pilar?"
A nosotros, Zaide, acostumbrados a recorrer una ciudad tan diminuta diariamente, de punta a punta; de pretender estar al tanto de su habitual latido, se nos encoge el corazón por desconocer quién sea esa Sor Pilar de la que todos con tristeza hablan; mucho más, cuando aprendemos que los más pobres, los más desvalidos de esta ciudad pequeña, familiar, pero con muchos de ellos, acaban de perder con esa muerte, a su norte, a su alacena y a su paño de lágrimas, al refugio de sus atormentadas vidas.
Para apagar los resquemores de nuestra ignorancia, nos consuela, eso sí, no tener duda alguna de que, por doquier, en todo el orbe, miríadas de Sor Pilar, de anónimos rostros, profesiones y vestimentas, sostienen al mundo como contrapeso a tanta ignominia, tanta iniquidad como lo puebla. Una pena, sin embargo, amigo Zaide, no haber conocido a nuestra Sor Pilar, en una ciudad tan de grano de arroz, tan pequeñita, tan accesible, como es la nuestra.
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