Inmerso en un mar de cavilaciones que a todas horas te asaltan, no cejas, Zaide, de preguntarte, si acaso estás perdiendo la cordura por momentos, o es que todo el orbe se empeña en hacerte ver blanco lo que es como el carbón, porque así, con esa naturaleza y rotundidad, a plena luz, sin estorbos ni velos lo contemplaste, con tus propios ojos, no con los ajenos.
Tiempos corren de mudanzas, transformaciones y desatinos; pero no tantos, ni tan profundos que osen cambiar la plata en oro, el dolo en virtud, aunque se pretenda. Como tú, yo me pregunto que si se intenta trastocar con total villanía lo que vemos y presenciamos, sin que nadie nos lo cuente, qué no se habrá hecho con la verdad de tantos siglos de nuestra historia; cuántos vuelcos a lo realmente acaecido, cuántos bulos y patrañas, cuánta profanación no habrán cometido los que en rigor la escriben: los vencedores. Es de eso de lo que jamás te ha de quedar la más mínima duda. Sosiégate, pues es algo que nunca ha de parar.
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