Sumido en un mar de perplejidades, azotado por embates que nunca antes conociste, chapoteando entre atroces confusiones, te preguntas, Zaide, a qué milagroso objeto echarás mano para no hundirte en el más hondo desespero; en quién pondrás tu mirada para que sea tu Mesías, el fogonazo de tu faro que te ayude a salvar ese tempestuoso océano en el que todo son escollos y desdenes: ¿en un Dios que nunca asoma? ¿En pendones que pierden fuerza? ¿En credos que nada duran?
Te advierto, amigo, que lo que jamás podrás pretender sin aumentar tu aflicción, es que el ayer sea como el hoy; que al igual que los cielos, un día procelosos y al otro sublimes, es de ley que tu vida navegue por aguas de suyo enfrentadas, calmadas y plácidas las menos, alborotadas y hoscas, las más. No te dejes el alma buscando falsos lazarillos; pensar que todas hay que surcarlas, sufrirlas o gozarlas, llevará olas de consuelo, de serenidad a tu ahora atribulado espíritu.
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