Después de la merma de tus haciendas y bienes, no muy grandes y pocos, de la huida de tus criados y del vacío de tus arcas, te preguntas, Zaide, si hiciste lo acertado volviendo los ojos al campo; no como afición, que sólo hasta ahora, viendo a tus servidores labrándolo, como espectáculo o fuente de dinero lo consideraste. Y lo inquieres, angustiado, porque esa tierra que tú trabajas ya de sol a sol no es venero de riquezas, ni imaginabas que tan duramente se ganaran la vida los que antes se afanaban por sacarle para tí algún provecho.
Dos lecciones de ello deberías sacar: una, que no pagabas debidamente a los que con tanto sacrificio y esfuerzo te trabajaban tus campos y a los que más como esclavos que como ayudantes tratabas. Y dos, que muchas serán las horas que dediques a la tierra si es que quiere que la cosecha florezca, pero que nunca, si así lo haces, renegará de tí, ni dejará de proporcionarte una cesta del fruto que más tarde o temprano crecerá de sus entrañas.
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