A este noviembre tan pródigo en aguas, de las plácidas y las tormentosas, de infinitas nubes siempre en transformación, no podía faltarle para mostrar todo su carácter un poco de frío; y así sin previo aviso, sin recorrer escalones que ayudaran a vislumbrar lo que se avecinaba, se ha dejado caer aquél sobre nuestras cabezas con la solemnidad y peso más propio de sus congéneres de invierno, que no de uno otoñal.
Dicen que tanto el hambre como el frío aclaran las ideas, pero como no se trata ahora de aclararlas, que de poco serviría, sino de apaciguar una y abrigarse para soportar el otro, horribles tiempos se presentan para los que carecen de medios para combatir ambas necesidades. Haya sol, al menos, que algo aminora los rigores invernales, ya que pedir remedios para satisfacer los estómagos de los que lo pasan mal es obligación de gobernantes y estos, no descubrimos nada nuevo, brincan gozosos por otros derroteros enfrascados en sus disputas, que no son grandes a la hora de ponerse de acuerdo para sus cosas, no las que azotan al pueblo.