En puertas de acudir pasado mañana a las urnas los andaluces, diríamos que durante la campaña ha habido dos actitudes muy distintas: la de los candidatos empeñados más que en transmitirnos su programa, su ideal, su discurso mejor para un gobierno equitativo que dé un rumbo innovador y un vuelco a los malos tiempos que nos vienen azotando sin piedad de ninguna clase, en hacer añicos el de la oposición, en un juego sin sentido alguno, en el que pocos se salvan; y otra la de los potenciales votantes, el pueblo, que no sin motivo ha dado, penosamente, la espalda a los periódicos escrutinios en los que se le pide su su opinión, su partido o gobierno deseado.
Ya hace tiempo que echamos por la borda, y con pocas esperanzas de recuperarlo, aquel prístino entusiasmo que desbordaba, con grandes colas, los colegios electorales; con que nos deteníamos llenos de curiosidad a ver pegar los carteles, o a contemplarlos, con que querían llamar nuestra atención las distintas opciones políticas. Apenas hay quien se detenga hoy a mirarlos, por muy sonrientes, peinados y trajeados que aparezcan las personas en ellos; por muy coloreadas, llamativas y rompedoras que suenen las consignas. El desengaño, ante tanta pillería, hurtos, despilfarros, de tanto atribuirse la propiedad de los demás, unos y otros, es y sigue siendo grande y la gente, que además pasa grandes apuros económicos, corresponde a tamaño agravio con la peor ofensa para una democracia: olvidando, como si no existieran, a políticos, votaciones, campañas y demás. Quiero creer, pese a todo, que no vamos a ser menos los que nos acercaremos a votar el domingo que los que lo hicieron en las últimas generales. Pero tenemos nuestras dudas.
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