El amor al suelo natal suele ser uno de los fieles compañeros de viajes que nos siguen hasta la misma muerte. Que este apasionado romance no se convierta en fanatismo, trocando una ejemplar forma de ser generosos con el lugar en que vemos la luz primera, en un erróneo planteamiento de anteponer a capa y espada lo nuestro y nuestras cosas a los demás, como si la belleza, la sal, o el ingenio no tuviera otra ubicación que la propia, por mucho que sea su notoriedad o atractivo, es el abismo en el que muchos nos precipitamos. Ancho y deslumbrante es el mundo que nos acoge. Belleza envuelve a nuestro entorno y belleza inunda cualquier otro rincón terreno. No renunciemos nunca a ese amor a lo propio, por muy apasionado y humano que pueda ser; pero, en parecida medida, tampoco clausuremos nuestro corazón, nuestra mente, a otros amores de ese inmenso archivo de maravillas que encierra la tierra.
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