viernes, 3 de febrero de 2012

POR UNOS DÍAS, HUÉSPEDES DE OTRAS TIERRAS.

          Ni en lo más mínimo erraron los pronósticos que alertaban que nos helaríamos y que por unos días seríamos huéspedes no de unas tierras meridionales, como son las nuestras, sino de otras frígidas y extrañas que sumirían en un total temblor a nuestros atemorizados cuerpos, hasta confundirlos y abatirlos, si es que no andábamos ojo avizor.
        Con esas alarmantes noticias, aunque más alarma el hambre o las enfermedades, en brazos de una morbosa curiosidad, nada más levantarnos, nos hemos apresurado a consultar el termómetro que mide la temperatura exterior, como si en ello nos fuera la vida: un grado bajo cero. Nada, sin embargo, al abrigo de los muros y comodidades domésticas, parecía desde dentro confirmarlo. El sol lucía como siempre, no aleteaban nubes algunas, hendiendo los etéreos espacios, ni grandes ni pequeñas, y sólo la soledad  ingrata de las calles podía indicar alguna alteración.
      En la calle ya fue otra cosa; una brisa que cortaba el aliento, aun procurando que éste se resguardara a buen recaudo, bajo solapas subidas y bufandas con mil vuelta; y unos descoloridos rayos del astro rey, menos monarca hoy de los cielos que nunca, nos hicieron recapacitar y dejar para mejor ocasión la aventura de alejarnos demasiado del hogar, más dulce hoy que nunca.

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