HABLANDO
DE OLVIDOS. MÁS SOBRE MATILDE RODRÍGUEZ
A propósito de un artículo publicado
en SUR hace unos día, Málaga saca del
olvido a Rosario Pino, de A. Javier López, es digno de alabanza todo ese
despliegue llevado a cabo en la ciudad para que su memoria no se pierda, con
exposición incluida, y un loable empeño: dar a conocer la historia y logros de
una de las actrices más famosa de su época. Pero, diríamos, que no fue ella sola entre las nativas de nuestras tierras, las malagueñas, las que en
los escenarios más nombrados hispanos y algunos de América dieron popularidad y
casi universal nombre a memorables
actuaciones y de paso al lugar en el que vieron la primera luz.
De esos años de finales de siglo XIX
e iniciales del XX, pudo decirse que Málaga era el teatro, pues ya como primera
actriz, o compartiendo las ovaciones del público junto a Rosario Pino, estuvo
Matilde Rodríguez, rondeña, algo que puede comprobarse ojeando las revistas,
especializadas o no, y la prensa de aquellos años, que se hacen eco de sus
triunfos, en artículos, dibujos y fotos de ella o de versos que
entusiásticamente la ensalzan.
Muy peculiar es, además, la vida de Matilde,
de tal forma vinculada con el teatro, que son sus padres, Catalina Larripa y J.
Rodríguez, actores, y que casa con un actor, también de nombre, José Rubio
Laynez, profesor además de declamación del Real Conservatorio de Superior de
Música de Madrid, cuando no empresario de uno de los teatros más conocidos
entonces de Madrid, el Lara.
Un estudio, que creo no se ha hecho,
al menos a la altura de una obra muy de reseñar, igualmente merece, su madre, Catalina, aparte de actriz, autora de varias
obras en verso, destinadas a representarse, con temas heroicos. Y con escasos
datos de su vida, ni de su lugar de nacimiento, aunque el hecho de su hija nacer
en Ronda, bien pudiera indicar ser ella de allí o de lugar cercano, sin
desechar la misma Málaga. Tres son los dramas manuscritos que conserva la
Biblioteca Nacional de ella: La Peña de
los Enamorados, Hoy es día de la Cruz y Toma
de Tetuán, que no solo escribía sino que representaba junto a su marido,
Con el gusanillo del teatro bullendo
en su sangre, no extraña que Matilde, ya niña, actúe en Sevilla, en un papel
secundario del drama de Larra, Los lazos
de la familia, función dedicada al aniversario de la muerte de Julián
Romea. De otras dotes es poseedora la rondeña, que obtiene con 15 años un
fantástico éxito, aparte de cómo actriz, como de “cantaora” en la obra de
Julián Romea De Cádiz al Puerto,
interpretando, el número musical conocido como el de la bata.
Un
nuevo eslabón añade a una cadena ya sin lagunas, iniciando como primera figura
de la compañía de Victoriano Tamayo, un recorrido por las capitales de
provincia. Por este tiempo, muerta su madre y el padre enfermo, vive
económicamente la familia sus peores momentos, siendo Matilde, que había nacido
en 1860, la encargada de sacarla adelante, con una carrera como actriz, mal
pagada y de bastante dureza.
A las dotes de privilegiada actriz,
vino a darle un relevante impulso, su matrimonio en 1890 con el mencionado José
Rubio Laynez, como compañero de actividades, como esposo fiel, como empresario
de salas escénicas y un poco como representante de ella, aunque lo cierto es
que no mucho en ese aspecto necesitaba. Ya en 1880, en una función a beneficio
de los pobres de determinados distritos de Madrid, junto a Dolores Abril,
Balbina Valverde y Julián Romea, Matilde actuó junto a ellos, con idéntico
merecimiento de primera figura, inaugurando el histórico teatro de Lara, por el
nombre de su fundador, Cándido Lara. En la “preciosa bombonera”, como luego
algún crítico la llamó, con la presencia en el palco real de Isabel de Borbón, La chata, (princesa de Asturias,
entonces, aunque por poco tiempo), representarían
los citados actores dos obras: Un novio a
pedir de boca, de Bretón de los Herreros, y La ocasión la pintan calva, de Ramos Carrión y Vital Alza, con un
clamoroso éxito a decir de la que recoge de esa triunfal noche la prensa y revistas
de la época, .
Primera actriz, más tarde, en el
teatro de la Comedia, interpretando tanto papeles cómicos como dramáticos, tres
campañas, con el mismo éxito que siempre tenía a su lado, llevó a cabo: dos en
Argentina y una en Chile. Sin dejar su
profesión, murió en 1913, a los 48 años de edad.
Un año antes, en 1912, los hermanos
Serafín y Álvarez Quintero, le habían dedicado este soneto:
“Hija de un arte noble y soberano/que
toda escoria en derredor se para/nunca en la escena sonrojó su cara/rumor de
aplauso fácil o villano/
/Baila siempre en su boca el
castellano/expresión la más limpia y la más clara/y hablaría por ella si
callara/la pintoresca charla de su mano/
/Arte el suyo que es grana y es
decoro/depurados por clásica maestría/arte sutil que afiligrana el oro/
/arte que junta fuerza y alegría, y
lleva en sí su mejor tesoro/perfume de perenne simpatía/”.