Fenece el mes, el de julio, o lo que es decir, exhalando está su postrer aliento, que no es soplo debilucho sino vaharada fogosa y vigorosa, como si quisiera dejar la huella de la identidad que no tuvo a lo largo y ancho de sus treinta y un días, circunstancia que no es en modo alguno de lamentar, sino de ovacionar y mucho, pues mantuvo, para ser quien es y su antañona fama, una atmósfera más que delicada que hacía pensar en vernal estación, que no en una del estío. En nuestras calles, y más que en ninguna en la muy concurrida de la Bola, ahora que todo el mundo se aferra a sus horas de ocio como si en ello le fuera la vida, los calores incipientes lo que tienen de malsanos, es que dejan de ver en toda su crudeza lo que ya es una epidemia, las grasas acumuladas por cada quisque, que somos casi todos, y de todas las nacionalidades, salvando a los orientales, que tan a pecho llevan, y con toda la razón por su parte, el conservar los kilos precisos y las figuras en su punto, ahuyentando malestares y enfermedades. El contraste es grande. con ese crecimiento anormal de grasas que tiende a la horizontalidad y a deformar humanidades, que casi dejan de serlo, con los excesos.
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