sábado, 17 de marzo de 2018


DE LO QUE NOS PRIVA EL TEMPORAL

                       Esta lluvia, obcecada y frenética, que por beneficiosa que sea,


creemos está pidiendo a gritos una tregua, un respiro medianamente hondo, aunque solo sea para que la tierra, un tanto ahíta y desbordada pueda dar cabida a cuanto torrente le mandan los encapotados cielos, también a nosotros nos pide pequeñas migajas de sacrificios, que aceptamos en aras de un bien mayor, pero que, de algún modo y con certera diana, igualmente, golpean nuestro apocado espíritu, y da lugar a que añoremos hábitos a los que hace unas semanas dábamos escaso valor, por sólitos.
        Entre aquellos, los más, pasear con plena libertad y horros de paraguas, que, además, abatidos por los furiosos vientos de nada sirven, ni las pesadas prendas protectoras de temporales, que apenas puede uno con su peso, las mismas con las que ahora si es que pretendes echarle valor y dar unos pasos fuera del hogar, tan necesarias te son, si no deseas verte tragado por una alcantarilla, que tampoco dan abasto a la llegada de los caudales que reciben,
         Y dentro de ese asueto perdido, nos apena, sensibleros como somos, el escaso protagonismo que los actuales turbiones concedieron a floraciones que otros años tanto lucían: a almendros y mimosas, tan familiares y vistosos. Apenas tres o cuatro días, el dichoso tiempo, nos dio para admirar y deleitarnos con el milagroso equilibrio de los almendros, creciendo y mostrando su albor donde nadie diría que serían capaces de hacerlo, en hendiduras de peñascos, entre el Guadalevín y los pretiles del Puente, midiendo vacíos y aguantando mareos. Y si hablamos de las mimosas y de su exquisito amarillo, yema de huevo en su punto, aunque presente, una pátina de descolorido matiz y decaimiento las invade, dejando mucho que desear si se le compara con ese florido, intenso y deslumbrante color de otras veces.

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