viernes, 10 de febrero de 2017

        CRUEL ABANDONO

      Luengos años acaparando y mercando libros, para ahora, con total impunidad, desprenderme de uno, puede hasta sonar cruel en en los oídos de quien, como uno, los persiguió con afán de atesorarlos y encerrarlos, que no más que eso hacía en los estantes de mi biblioteca. A lomos de un contenedor de desechos de papel y cartón, un poco a trasmano de los de la basura, para que no lo contaminara su penetrante hedor, no en su interior, sino bien a la vista, para que alguien lo descubra, lo he dejado. Es un volumen de los llamados en infolio, papel de sedoso brillo, portada de duro cartón y extenso colorido: un Atlas de caminos hispanos, ya con una cierta antigüedad a sus anchas espaldas, tres decenas de años al menos, de cuando estaban en todo su esplendor y demanda los fascículos, y costaba meses y dineros su colección, y, después, ponerle abrigo, es decir, dejarlo en manos del encuadernador. Con una parte de esa red de carreteras que describe desaparecidas y sin coche ya tampoco a las que llevarlas para hollarlas, mi funesta decisión ha consistido en expatriarlo, expulsarlo de mi casa es la palabra. Un remordimiento, como si fuera un animal el que he abandonado a la intemperie del tiempo, me ha perseguido durante todo el día; también la duda, de si, por las buenas, así como así, a un amigo de papel, debería darle el mal destino que le he dado. ¡Ojalá, para acallar mis remordimientos, pueda recibir uno mejor de quien quiera aprovechar lo que de aprovechable todavía tienen sus senderos y caminos y llevarlo a su nuevo hogar!

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