A apaciguar furores y a fundir lodos y elementos de otros lares llama la tarde, colmada de una paz y un silencio que en estas horas abruman, si se echa en cuenta el bullicio de otras jornadas. No sé si habrá que culpar al mes, que viviendo sus postreros momentos, no quiere desaparecer sin dejar apasionada huella de su paso; y casi sin interrupción, entre una frontera y otra, sin aduanero que pare a esos exóticos viajeros, nos mete lluvias, polvos y barros saharianos, apagados soles, como empañados culos de vaso, o cielos que a otros humores y estaciones pertenecen.
Extraña en la transición, que voltea a llamadores en las fornidas puertas de un inapelable destino, el encuentro anormal en muchas ramas de enaltecidos árboles, del susurro de brotes acariciándolas, cuando en su misma angosta y cimbreaste superficie, algunas hojas de doradas faz y antigüedad, aún tienen sobradas fuerzas para mantenerse, aunque poco han de durar ya su presencia, pero sí lo bastante para mostrar a la mirada, de un golpe, un proceso que nunca cesa: el hoy y el ayer, la vida y la muerte.
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