sábado, 23 de abril de 2016

UN CASCARÓN DE NUBES


      Un cascarón de nubes se han instalado sobre montañas y valles. Muy apretadas y de un ceniza con retazos de azul que no presagian ni aguaceros ni ventarrones, y sí un casi seguro calor, como un brochazo de inesperado bochorno estival. Es algo que ya se nota, al igual que la melancolía que dejan esas nubes acercando un paisaje que en otras ocasiones, con sus abrumadoras luces, masas montañosas y el intenso color de sembradíos y eriales, queda harto distante.
          No ocurre ahora así. Ya las montañas, apremiadas por la punzada del caparazón de nubes, han recobrado una identidad extraviada en otros días de más prolijas claridades, y sus picos y pronunciadas extensiones se introducen donde estás tú, con ganas de estrechar afinidades. Y hazas, senderos, huertas y bosquecillos de encinas y olivos, en un tumulto que es torbellino de verdes, añiles, gemas y granates, aunque hondos, parecen alzar el vuelo para alumbrar esta rara cita primaveral entre hombre y creación, menos inanimada que nunca en esta mañana de crecido, medio envejecido abril.

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