Con las agoreras previsiones de agua y viento, y su cumplida confirmación nada más amanecer, el ánimo se encoge un poco y rechazando el saludable paseo de todos los días, no sé si erróneamente porque al final el día abren los cielos y las nubes dejan de ser amenazadoras, elegimos encerrarnos en casa, haciendo proyectos para esas horas con las que no contábamos. Tenemos tan cubiertas todas las demás, con pequeñas distracciones, aficiones y menudencias que han quedado ya como obligaciones aunque no merezcan tal nombre, que, lo cierto es que en vez de coger la ocasión por los cuernos y comenzar a hacer lo primero que se nos venga a la cabeza, entre dudas y buscarle destino a ese inesperado tiempo de ocio, lo que en realidad hacemos es desperdiciarlo no haciendo nada. Y entonces sí que añora uno la delicia del paseo perdido y el caminar contemplando fantásticas montañas y nubes enfurruñadas buscando donde dejar caer su húmeda carga: un verdadero y gratis espectáculo, hoy que por todo hay que pagar. ¡Lástima de horas sin destino!
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