Después de muchos tropiezos del tiempo, la mañana amanece con signos de hacer honor a la época en que estamos, límpida y soleada y sin indicios de cambios drásticos. No podríamos decir aquello que inspiró al poeta: La primavera ha venido/Nadie sabe cómo ha sido, puesto que su trabajo le ha costado a abril encontrarse a si mismo, y en la búsqueda de su prevista identidad de floridos setos, cielos luminosos, cantos de ruiseñores y todo eso, antes nos ha sorprendido con una legión de alternativas, con una marcha atrás que era lo más parecido al comienzo de una estación casi invernal. A veces a los meses, a las estaciones, les ocurre como a los humanos, que para saber qué hacer, dónde nos hallamos y cuál es el camino correcto a seguir, perdemos tantas horas indecisos que, al final, no sólo estamos como al principio sino que en el envite se nos han ido los mejores años de nuestra vida, en una búsqueda tan infructuosa como inútil.
Lo que cabe y en eso no erraremos, es en disfrutar de lo que tenemos mientras la salud y la de los nuestros nos sigan acompañando. Un poco inconscientemente es lo que hemos hecho en esta primaveral mañana sin fríos, vientos, lluvias ni malestares del organismo: ver atónitos un arco iris de mágicos destellos posado sobre árboles y plantas; recorrer caminos con la mirada, perdernos con la vista entre el topacio de las montañas, auparnos a cumbres ingentes con la imaginación. Hasta para ese ejercicio casi místico hace falta moverse, por lo que después de un par de horas de callejear, hemos llegado a casa exhaustos, pero con una tranquilidad y serenidad que nada tiene que envidiar a la de esta mañana llena de dulzores, franca y sin misterios, mostrándolo todo.
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