Contemplando caer la lluvia, no como debiera, sino a ratos, pausadamente y sin fuerza, uno piensa en la mudanza de las cosas, que casi nunca resiste al paso del tiempo. Lo que ayer era, hoy ya no lo es, o lo que es decir, que las costumbres por muy arraigadas que nos parecieran cuando nos acompañaban como parte de nuestro modo de vida, tarde o temprano acaban pasando a mejores horizontes, quizás para no volver nunca. Contrastes y paradojas son las que no dejan de acompañarnos durante nuestro caminar por el mundo. A nuestro recuerdo de otros días asoman como cosas de un ayer las rogativas y procesiones que se organizaban, aquí y allá, en este pueblo y en aquél, casi en todos, sacando los santos a la calle para pedirles que lloviera cuando llevaba meses que no lo hacía.
Hoy con las imágenes de las procesiones de la Semana Santa en la misma puerta de las iglesias, dudando si salir o no, lo que ruegan muchos a los mismos santos a los que quieren llevar, es que la lluvia no aparezca , y no porque no haga falta, sino porque peligrarían muchos negocios y otras cosas, y es que somos los humanos tan difíciles de contentar, que si alguien de mayor poder nos escucha, para atendernos lo tiene que meditar mucho.
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