Los días tan prolongados como son estos abrileños tienen la virtud de apabullarte con una luz que nunca parece tener fin, ni importarle el estado de los cielos. Sumidos en su magia atravesamos el Puente, en una tarde que no es noche por esa luz inagotable, serrana, que cae a plomo como una bendición para tornar cristal la roca de las montañas cercanas y dulcificar la atmósfera más bien tristona de este postrer sábado del mes.
Nos dirigimos a Santo Domingo, a la presentación de una obra de Isabel Martín. Con su familia, tiene la nuestra una deuda de gratitud por un hecho de los que ennoblecen a los humanos. Pero no, desde luego, por eso vamos como espectadores al acto. Isabel, es la sencillez, la dulzura, la afabilidad, la laboriosidad personificada; también, la modestia cada vez más difícil de hallar, de la que está en todo, y no quiere figurar en nada. Y en la cultura rondeña, por supuesto, para los que no nos cuesta reconocer indudables méritos.
Depositaria Isabel de una herencia familiar de musical abolengo, de intérpretes y profesores de ese arte, ella le ha añadido a cuanto en esta dirección hace un sentimiento tan inmanente, tan hondo, tan persuasivo en su esencia de conmover, que todo lo que interpreta, música, canto, o poesía, lleva el sello de lo distinto, de lo hermoso, de lo duradero.
Con la certeza de todo eso, sus amigos, una infinidad, y sus niños, una suerte para ellos, disfrutar de tal magisterio, que llenaron el salón solemne del Convento, constataron lo que no hacía falta constatar: que es una suerte tenerla animando y modelando nuestra cultura y, además, en la admirable forma en que lo hace, y que toda la presentación, con un compañero excepcional a la hora de dar vida musical a sus poemas, fue un modelo en la que besos, vientos melodiosos, belleza y distinción se dieron la mano.
Con la certeza de todo eso, sus amigos, una infinidad, y sus niños, una suerte para ellos, disfrutar de tal magisterio, que llenaron el salón solemne del Convento, constataron lo que no hacía falta constatar: que es una suerte tenerla animando y modelando nuestra cultura y, además, en la admirable forma en que lo hace, y que toda la presentación, con un compañero excepcional a la hora de dar vida musical a sus poemas, fue un modelo en la que besos, vientos melodiosos, belleza y distinción se dieron la mano.