viernes, 14 de septiembre de 2018

         PURIFICACIONES QUE CUESTAN

         Con el pensamiento práctico de que no hay tempestad que no se avenga a procurarse su propia calma, hemos dejado las blanduras de las domesticas sábanas esta mañana, desechando la idea de que la naturaleza, no siempre amable, repitiera acciones como la de ayer, cuando se sirvió mostrarnos que, si alguna vez  hubo algo de verdad en esa fábula para crédulos infantes, del diluvio universal, ese sería su despertar;  porque sin apuros, y sin grandes avisos los cielos, estos vinieron a derrumbarse sobre nuestras calles, quizás también con la intención, como un ávido turista más, que nada quiere perderse,  de, con la ciudad vacía de habitantes, que estos bien que buscaron dónde refugiarse, recorrerla, metiendo las narices por desoladas calles, arrastrando en su ímpetu y deseos cuanto encontraron por delante.
          No es bueno que salgamos en prensa, radio y televisiones por sucesos como estos, cuando de tantas y tantas cosas tendrían que referirse a nosotros, por lo que tenemos y, en especial, por lo que no tenemos y nunca quieren darnos: caminos, industrias o personas con verdadero afán de sacrificarse y llevar a cabo proyectos que no sean humo, sino preciadas realidades... 
           En fin, por nuestra parte, ignorantes de que nunca llueve a gusto de todos, y que la tormentosa lluvia podía dañar a prójimos en los que no pensábamos, que nos perdonen, pero sí que disfrutamos contemplando en ese trece septembrino, desde nuestra vivienda cómo se despeñaban las nubes, de grazalemeña forma, y cómo el agua con furor, desde luego, pero con una constancia y verticalidad admirable, caía que daba gusto. Hacía tiempo que la atmósfera, la tierra, tejados y árboles estaban pidiendo a gritos una purificación, y esta ya se sabe, siempre cuesta.

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