Es verano aún, por derecho propio, esto es, por el calendario y asimismo por la atmósfera, aunque ceda ya aquel en sus inaguantables fuegos, buscando su próxima redención, porque, si nos fijamos, cabe decir que todo es en la naturaleza un continuo redimirse: se redime el calor con el frío; la cargazón del ambiente con las montaraces brisas; la esterilidad con la humedad... Un alivio que no cesa, en el que intervienen siempre como solícitos apafuegos elementos contrarios. De ese permanente proceso tuvimos ayer un leve apunte con esos chaparrones, cortos pero intensos, que a quebrar venían, siquiera mínimamente, pasados bochornos e imperturbables cielos, porque cesada la lluvia llegaron viajeras e inquietas nubes, ya sin pardas panzas, para inaugurar un espectáculo de alígeros vuelos y variados matices. Que para contemplarlo no hubiera que dar un euro, en tiempos en que todo cuesta y mucho, y que tampoco se impusieran límites de tiempo para abandonar el gran teatro de la tierra, es de agradecer y, al menos nosotros, es lo que hacemos, sobre todo para cuando no podamos hacerlo.
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