Con la primavera ya cuajada, su brillo y magia en el aire y el esplendor primero de brotes y hojas acariciando el moroso transcurrir de las horas, advino, asimismo, la cita con los libros y su feria. Fuera ya de la ilusión que en nosotros provoca esa acumulación ordenada de volúmenes y de su colorido y de la mirada curiosa o ávida con que los hipotéticos lectores los saluda, con el mismo ánimo de pasados años pusimos nuestro grano de arena; uno más, podemos, con toda la humildad del mundo, decir. No con la intención, desde luego, de pasar a la historia de las letras, ¡qué locura! y sí de , en unos tiempos tan infaustos para la cultura, y en los que tan poco se lee, tratar de de atraer la atención sobre las páginas de los libros.
Acudimos para ello a husmear en los predios serranos de las leyendas, pertenecientes a una ciudad a la que su más evocador calificativo es la de legendaria. Apropiado nos pareció, porque se daba la circunstancia añadida de que escaso había escrito que hiciera referencia a esa corriente popular que alimenta y en la que aletea la leyenda. Larga vida, no por ser nuestro sino por ser libro para leer, le deseamos y que muchas miradas inunden sus páginas.
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